domingo, 15 de febrero de 2009

3ª Semana, Oscar

Esta mañana me ha llamado un posible cliente, una asesoría que está ampliando personal e invirtiendo en nuevos sistemas. He quedado para el lunes con uno de los jefes, supongo que el que maneja la pasta. Bueno, trabajo es trabajo, y no me puedo permitir el lujo de tomarme tantos días libres.

Para rematar la mañana, he recibido respuesta de Alejandro, al menos, esta vez, sólo ha tardado una semana, pero me ha alegrado.

Repaso el correo de nuevo.

Querido Oscar:

Me dejas anonadado con el tema de tu correo, no te veo yo metido en peleas, aunque estoy seguro de que el otro se llevó su parte...

¿Y no recuerdas nada del caso? No estarás dándole a la absenta otra vez, ¿Verdad? Esas borracheras con mi hermana y "el hada verde" deberían formar parte del pasado.
Por su parte debería comentarte que no la he visto desde que volvió de Berlín. El libro la tiene totalmente absorbida y en los últimos 4 años la habré visto menos que a ti. Espero que pase un poco más de tiempo por aquí cuando lo termine o al menos se haga famosa y la veamos por la tele, jajaja. ¡¡Y si la creemos debería ganar un Nobel o 2!! Sus teorías y artefactos antiguos están levantando una considerable polvareda entre el círculo científico que frecuenta. Su correo es serpentsilver@doublenucleus.com y su teléfono cambia tanto que no sabría decirte cual está operativo, dice que hay un ex que no para de llamarla...

Y a ver si te pasas por aquí un finde que la pequeña no para de preguntar por ti desde la última vez que viniste.

Un abrazo y aléjate de las broncas por el bien de tu cabeza...

Alejandro

Me doy cuenta que estas son las cosas que me alejan de la adversidad mental.

De repente me doy cuenta de que estoy harto de estar en casa. Demasiadas cosas en que pensar, demasiadas preguntas que encima suscitan paranoias estúpidas. La pasada noche tuve una pesadilla, me veía atrapado en una conspiración y parecía que no tenía salida. Mi casa entera estaba vigilada; el teléfono, el ordenador, hasta el portero electrónico. Había micros y cámaras por todos lados. Bueno, vale que exagere, puede que no fuera una pesadilla, pero hay que entender que me dedico a salvaguardar la información de otros, y el no poder hacer lo mismo conmigo,… deprimente.

***

Para aprovechar la tarde me acerco a la biblioteca a por un poco de paz y tranquilidad. Ciertamente no voy a leer, voy a investigar, no sé si mi ordenador estará "pinchado", no lo creo, pero sólo busco excusas para no quedarme en casa.

Caminado, intentando no fijarme en nadie y pensando lo menos posible, llego a la plaza del ayuntamiento, me giro sobre mí para poder ver a la gente que pasea, y por si reconozco alguna cara, o por si veo a alguien sospechoso. ¿Por qué no? No me fío de nadie. Paso la mirada por la fachada el ayuntamiento, sólo un policía franquea su entrada. A continuación observo las tiendas que rodean la plaza hasta llegar al frontal de la Biblioteca Municipal. La gente va a su bola, y eso, en estos momentos, me tranquiliza.

Me dirijo hacia la biblioteca con paso firme y más o menos despreocupado. Al pasar por la puerta veo un cartel publicitario del Museo de Arte de Tortuosa que anuncia "la exposición más esperada de todos los tiempos" en la ciudad. Mi mente regresa a la tarde en la que me dieron el panfleto anunciando lo mismo. La pieza, de la que algunos interesados dicen que da nombre a la Ciudad, dicen, porque hay detractores por muchos sectores ciudadanos, se va a exponer en el museo en el Día de Tortuosa. La pequeña escultura de piedras preciosas que muestra una extraña construcción, totalmente natural, de lo que parece un ser vivo marino, personalmente opino que es una rama con muchos brotes de color morado, verde y dorado sobre una piedra roja, y según reza el cartel, muestra un Coral de hermosos tonos azulados y verdosos llamado Acropora Tortuosa montado sobre una pieza de mármol rojo.

Me dirijo a la esquina más alejada en la sala de ordenadores. Me gusta, es silenciosa y se respira aire casi electrificado. Paso mi tarjeta personal de la biblioteca por el lector del PC y este muestra un mensaje de "Conectando…".

Inserto mi memoria USB, la cual, inmediatamente, abre el programa de accesos a la red. No me fío de los teclados públicos. Selecciono Ver Correo. Observo como mi programa muestra las subrutinas de acceso, no puedo evitar no mostrar los datos de procedimiento, me encanta ver qué hacen mis proyectos en todo momento. Registra el sistema en busca de programas "keyloggers" y a continuación abre el explorador. Espero a que se abra mi webmail cuando de repente un escalofrío se adueña de mi espalda y hace que incorpore hasta quedar completamente recto. Espero que nadie me esté mirando. Ni me planteo comprobarlo. Sobre la bandeja de entrada hay un mensaje de Berenice. Acerco el cursor al mensaje y dudo una milésima de segundo antes de pulsar dos veces sobre él. Leo.

"Ni por tierra ni por agua encontrarás el camino que conduce a los hiperbóreos. No me juzgues por mis actos, yo tan solo respondí a la guía de los vientos que me llevaron hacia ti.

Puedes por la arena roja pasear, pasar por la tumba del poeta, vivir sin tranquilidad y soñar con la tortura perpetua…

Berenice"

Silencio. Tengo la sensación que algo gélido ha atravesado mi cuerpo. "Puedes por la arena roja pasear…" esas son las palabras con las que comienzan un poema que escribí hace unos años y que por la falta de confianza en mí mismo, supongo, quedó enterrado en mi libreta de pastas negras, donde cayeron todas las paranoias que han guiado mis pasos en los últimos años. Creo que me he quedado congelado frente a la pantalla del ordenador. Mi corazón golpea tan fuerte en mi pecho, al aire le cuesta entrar en mis pulmones y temblor profundo surge en cada músculo de mi cuerpo. A esto lo llaman ansiedad.

Arranco del PC mi memoria USB sin muchas contemplaciones y cierro la ventana de mi correo. Esto no puede ser una casualidad… o sí. Me levanto de la silla y salgo del edificio municipal. De repente, todo el mundo me parece sospechoso. Intento pasar desapercibido, pero la falta de color en mi rostro me hace pensar que soy un buen blanco de miradas. Me suelto el pelo y me pongo las gafas de sol que llevaba enganchada en mi chaqueta. Es posible que ahora sí llame la atención, pero me hace sentir mar cómodo y menos reconocible. Evito la Calle Ancha y la Calle Reyes Católicos que enfilan directamente hacia mi piso y doy un rodeo. Estoy entre el aturdimiento y el miedo por lo que pueda encontrar en casa. Si alguien entró en ella, sólo espero que no fuera hoy.

Llego al portal. Subo por las escaleras, creo que no tengo paciencia para esperar al ascensor. Me enfrento a la puerta de mi casa. Saco las llaves y abro la puerta con toda la tranquilidad que soy capaz de generar, pero el corazón me delata y un terrible agujero se está formando en la boca de mi estómago. Cruzo el quicio de la puerta y la cierro dando un portazo. Espero de pie el sonido de algún intruso. Apenas respiro. No se escucha nada. Me dirijo lo mas sigiloso posible a mi despacho. Nadie. Antes de tocar el ordenador me dirijo a la puerta del armario, y de lo más profundo del mismo, extraigo el libro de mis recuerdos. Lo ojeo hasta llegar al poema. Una nota con un símbolo resbala y cae al suelo. He dejado de respirar por un instante y mis pulmones me lo hacen saber inmediatamente. Me agacho y la cojo. Una S dibujada a mano, con una flecha que la atraviesa, en conjunto se parece al símbolo del dólar y debajo de la letra, una pequeña línea transversal que la subraya. Dejo la nota y el libro sobre mi mesa y saco a mi PC de su oscura relajación. No parece que nadie haya tocado nada. Miro la habitación. Nada ha cambiado, al menos, aparentemente.

Me siento e imprimo el mensaje de Berenice, el cual cuelgo en mi tablón de corcho junto al anterior. Por algún motivo que no tengo claro, imprimo también el de Alejandro y los sitúo en orden cronológico. Por ahora, los correos de la extraña, porque creo que es mujer, no tienen ningún sentido. Pero me preocupa, mentira, me asusta que se esté abriendo camino en mi vida privada.

Me vuelvo a sentar he intento centrarme, pero ya he perdido esa capacidad. Me dirijo a mi directorio de música y selecciono una ópera de Puccini a la que no me puedo resistir en momentos como este. De todo el repertorio de la Princesa Turandot, elijo Nessun Dorma. Apoyo mi cabeza contra el respaldo y me dejo llevar por la desgarradora y flamante voz del tenor. Sólo espero que termine el día. Los últimos resquicios de luz han desaparecido de las cortinas y la noche se abre camino mientras el cantante entona el ¡Vincerò! Una sonrisa sarcástica cruza mi cara, sólo espero deshacerme del temor y de las dudas que surgen de los recuerdos que no tengo. Es posible que los hechos acaecidos hace una semana me estén afectando de forma desmedida, pero es que tengo la impresión de que me falta algo muy importante y no soy capaz de saber qué. Sólo puedo dejar pasar las últimas horas que le quedan a este viernes y decirme a mí mismo, que mañana será otro día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario