Es curioso cómo se cruzan las vidas de las personas de manera inesperada. Una persona hace algo sin ningún tipo de planificación que afecta de manera definitiva y brutal a otra, un simple acto inconsciente y todo por los suelos.
Rómulo Balumer, prestigioso Catedrático de la Universidad de Tortuosa. El catedrático más joven jamás nombrado en esta universidad, tan sólo tenía 30 años cuando consiguió su cátedra en Ética empresarial y de los Negocios. No publicó nada a destacar, pero a nivel social estaba bastante bien visto en la ciudad. Ayudó a fundar muchas empresas y colaboró de manera gratuita con muchos pequeños empresarios que contribuyeron a crear muchos puestos de trabajo. Hijo adoptivo de Tortuosa.
Hace unos años, un otoño cualquiera en la vida de Rómulo, yo aun no conocía siquiera su existencia, salió de su despacho algo tarde, era de noche. Su mujer lo esperaba con ansias en su casa porque ese día celebraban su quinto aniversario de boda. Él había estado ocupado con una de sus becarias, no precisamente investigando; era uno de sus entretenimientos preferidos.
Su coche, un deportivo comprado en plena crisis existencial de los 40, corría independientemente de estar en ciudad o carretera. Llegaba tarde, así que no vio el semáforo en rojo del cruce. Tampoco vio la furgoneta gris en la que María, mi madre, nos llevaba a Pedro, mi hermano menor, y a mí. Antes que Rómulo se saltara el semáforo, mi padre, Gualberto Méndez, había utilizado, como era habitual en él, su cinturón negro con hebilla gris metalizada para repartir de manera indiscriminada golpes a María, Pedro y a mí (entonces Gualberto Méndez hijo). En uno de esos golpes, la hebilla se me clavó en el ojo izquierdo y desgarró ligeramente la piel de mi cara. Mi madre, al ver la sangre brotar de mi cara de manera abundante, nos cogió a mi hermano y a mí y nos montó en la furgoneta gris. Su intención era llevarme al hospital, pero las lágrimas que surcaban sus ojos le impedían ver con claridad la carretera.
….
Ya me había acostumbrado a que el sonido del teléfono interrumpiera constantemente el silencio algo incómodo de la oficina. En tan solo una semana controlaba perfectamente el programa y podía distinguir entre clientes y morosos. Gestora de Servicios era una empresa pequeña dirigida por Marcos del Castillo y que tenía como principal labor gestionar cobros de impagados. Digamos que nos dedicábamos a llamar a quien debía dinero. Nuestros clientes eran empresas o particulares a los cuales se les adeudaba algo. Entre las personas que debían dinero y las personas a las que le debían casi todo Tortuosa estaba en el archivo de Gestora de Servicios.
La gente solía ser bastante reservada para sus deudas y el uso de esa información podía abrirte muchas puertas. De mis compañeros de trabajo aún sabía poco, no eran importantes para conseguir mis objetivos. No debía dejar que nada me distrajera, así que había procurado pasar desapercibido. Evitaba cualquier tipo de conversación de tipo personal y las dos veces que habían dicho de quedar después del trabajo siempre había rechazado la invitación.
El teléfono de mi mesa sonó, era una extensión interna, la de Marta. Lo cogí rápidamente.
- Dime.
- Walter, preguntan por ti.
- ¿Quién es? ¿Algún cliente?
- La verdad es que no he preguntado.
- Pues pregunta. – Marta me puso en espera, miré a su mesa desde la distancia y pude ver cómo me miraba con odio.
La música de espera era bastante cargante y ridícula. No tardó demasiado en volver a aparecer Marta al otro lado.
- Walter, dice que te conoce.
- ¿Qué me conoce? ¿Cómo se llama?
- Me ha dicho que se llama Rómulo.
- ¿Rómulo? – Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo. Era agradable la sensación de miedo. – Pásamelo.
- Vale.
De nuevo el tono de espera, luego silencio. El tiempo hasta que oí su voz me resultó eterno.
- ¿Hola? – La voz al otro lado era inconfundible, era Rómulo.
- Dígame.
- ¿Walter? ¿Eres tú? - ¿Parecía miedo también lo que oía al otro lado?
- Sí, Rómulo. Soy Walter. Cuanto tiempo sin saber de ti. ¿Sigues engañando a tu mujer con tus becarias?
- Walter, no sigas por ahí. ¿Por qué has vuelto?
- ¿No lo sabes?
- Walter, no puedes hacerlo.
- Ya verás si puedo.
Colgué el teléfono. No se atrevería a volver a llamar. Hacía tiempo que no oía su voz. Había algo que me preocupaba ¿Cómo sabía que había vuelto a la ciudad? ¿Cómo había conseguido el teléfono de mi trabajo? Tal vez no estaba siendo tan cuidadoso como tenía pensado, debía vigilar lo que hacía y averiguar cómo Rómulo había conseguido la información.
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