domingo, 22 de febrero de 2009

4ª Semana, África

Casualidades

Vaya semanita. A veces pienso que cuanto más te quejes, peor. Además mi psicoactividad no para de hacer de las suyas.

Pero no he venido hasta Tortuosa, ni he atravesado medio mundo para estar mal. Por eso a partir de ya, veré las cosas de otra manera.

Este sitio me gusta, y así estoy más cerca de casa de los abuelos. Además no creo que haya mucho problema con lo de las escrituras de la casa. El jueves conseguí escapar de todo lo que me absorbía, para pasar por la Asesoría. Me dijeron que tardarían en atenderme algo más de lo previsto. Según me dieron a entender, tienen jaleíllo, mucha gente nueva. Pero ella, la chica del otro día me ha asegurado con bastante mejor cara, que no tendré problemas, que nadie vendrá a desahuciarme ni nada por el estilo. Que ya se pondrán en contacto conmigo. Es un problema que me he quitado de encima.

Y las goteras que tenía por todo el salón, y que inundaban el suelo, más que de agua, de cubos, también han desaparecido. Básicamente porque ha dejado de llover. Otro problema menos.

Y Bladimir y Juanito, que han encontrado niñera. Un vecino, de los pocos que viven en este oscuro carril, que conecta con la vía de servicio de la autovía de Tortuosa. Un caballero, muy caballeroso y muy amable. Hay algo especial en su mirada. Desde el momento en que me vio descargar la parra y algunas macetas de mi prehistórico coche, y se ofreció a ayudarme, supe que era buena persona. Además le encantan los animales, y también se ofreció voluntariamente a cuidar de los míos. Sí, el hombre perfecto, pensé. Con sólo un inconveniente, es tan prehistórico como mi coche. Debe tener unos 80 años. En sus ojos hay tristeza. Está solo. Su mujer perdió la cabeza hace muchos años, y tuvieron que ingresarla en un centro especializado. Y es que nada volvió a ser igual desde aquél día, me dice Manuel, así se llama. Hace más de 30 años que su hijo, su único hijo se fue. Y desde entonces sólo lo ha visto una vez. Yo no tengo a nadie, y él tampoco. Una casualidad. Podría contaros mi vida uniendo casualidades.

Viendo las cosas así, tampoco me preocupan tanto las movidas del trabajo. Mi equipo está dividido en dos. Los que piensan que no debemos sacar a la luz todos los hallazgos de la excavación, y los que, por el contrario creen que es sumamente necesario. Y es que llegar a una conclusión que echa por tierra infinidad de teorías es un problema. Pero es lo que debemos hacer. Mi profesionalidad y mi conciencia me obligan a unirme a los del segundo grupo, aunque sea un camino largo y tedioso. Defender el mestizaje de hace algún millón de años. Algo para muchos científicos, inconcebible. Pero en Tortuosa tuvo lugar, y de eso no me cabe la menor duda. Por eso acepto el reto.

Suena mi móvil, doy por hecho que es mi madre, hace un par de días que no hablamos. Con cierto automatismo, le doy al botón verde, deseando oír su voz, pero antes de acercarme el aparato al oído, me da por mirar la pantalla. Un número de más de nueve dígitos, y una voz masculina al otro lado me hacen recapacitar. En estos momentos me gustaría ser muda de nacimiento, y así tener una buena excusa para no contestar a alguien que, a miles de kilómetros, espera que lo haga.

-Dígame- intento ponerme seria, para que no se note mi decepción.

-¿Afri?, soy Alan, ¿como estás cariño?

-Trabajando- eso no es del todo mentira. No puedo o no quiero decirle que no estoy bien. Lo estaba hasta hace un par de segundos, antes de descolgar, pero mi optimismo se ha largado.

-¿Qué tal todo?, ¿y la gente?, ¿y los animales?, ¿Y Tomy? Hace algunos días que no consigo hablar con él.-Antes de poder contestarle a toda una sarta de preguntas, el teléfono, casualmente, se queda sin batería. Menos mal, pienso. Otro problema erradicado, aunque haya sido momentáneamente. El que siga llamando sólo me demuestra que no me conoce del todo. Debería saber que si quisiera estar con él, estaría allí y no aquí. No creo en las relaciones a distancia. Y mucho menos con secretos. Y los hay, podría venderlos al peso. No sabe que no pienso volver. Tampoco sabe que Tomy, su gran amigo, duerme en casa casi todas las noches. No hay nada serio entre nosotros, bueno sí, nuestra amistad. Pero poco más. No me gusta, simplemente me entretiene, y él lo sabe, ya lo hemos hablado. Sin secretos.

Hubo un tiempo que después de pasar la noche con algún chico, a la mañana siguiente estaba irremediablemente enamorada. Eso ya no es así. Las cosas cambian y yo intento adaptarme.

Como ahora, que intento adaptarme a este lugar. Piensa en positivo, me digo a mí misma una y otra vez. “Be water my friend”.

Se acabaron las goteras en el salón, tengo un nuevo amigo octogenario que además, cuida de mis animales. Una casa que dentro de nada estará a mi nombre, un coche pleistocénico, y un patio lleno de flores. Tengo galletas recién hechas, y trabajo en la excavación para bastante tiempo. Y también tengo, en mi mano, un “predictor” con una raya rosa… ¿Que más se puede pedir?

No hay comentarios:

Publicar un comentario