Dama y as al descubierto.
Nunca el chocolate me supo tan dulce. Las puntas de nuestros tenedores de postre se entrechocan ligeramente en un lance de la lenta carrera en la que competimos. El brownie va desapareciendo poco a poco, pero aun así con demasiada rapidez. Voy a pedir otro, necesito pedir otro, uno que sea eterno, que alargue este momento de inusitada felicidad en mi vida. No quiero estar en ningún otro sitio, ni haciendo otra cosa, ni con ninguna otra persona. Esto debe ser lo que las personas normales llaman “enamorarse”. Y me encanta.
-Tenías razón Isaac, es el mejor brownie que he tomado nunca.
Las nueces, la mantequilla y el chocolate no son capaces de igualar la dulzura de las palabras de Carmen Aguado, mi amada enemiga.
-Te lo dije, Carmen, ha valido la pena mudarse a Tortuosa sólo por poder probarlo. Y por poder conocerte, por supuesto.
-Adulador.
Su sonrisa tímida me hace estremecer. Su pelo perfectamente moldeado a secador, su impoluto uniforme de ejecutiva y su planeado maquillaje para disimular sus incipientes arrugas de expresión hipnotizan mis sentidos. No hay nadie más aquí, ni en ninguna parte. No existe nada en el mundo aparte del entrechocar de nuestros tenedores. Me siento como nunca lo he hecho. Me siento distinto, soy distinto. Soy casi normal. Cincuenta brownies más y tal vez pueda dejar de ir al psicólogo.
-Vaya –suspira Carmen con una triste expresión en su bien conservado rostro- se ha acabado.
-Pidamos otro –propongo sin pensarlo un instante.
-No, por favor, a mi edad es más difícil guardar la línea.
-¿Edad, línea? Por favor, Carmen, lo dices para que te regale los oídos. Eres la mujer más atractiva que he conocido nunca, y aún te quedan décadas de belleza. Cualquier hombre se sentiría el más afortunado del mundo si le permitieras… Quiero decir que… eres preciosa.
Bajo el maquillaje sus mejillas se ruborizan. Es tan… Carmen Aguado. Me sonríe. A mí. Bueno, a Eduardo.
-Eduardo, ten cuidado con las cosas que dices… sé que estás comprometido… y yo quiero a la pequeña María como si fuera una hija…
La picardía en sus ojos no deja lugar a la duda. Miente, aunque dulcemente.
-María no es tan pequeña… si acaso la podrías querer como a una hermana. De cualquier modo, no creo que estemos haciendo nada malo. Sólo conversamos agradablemente mientras disfrutamos un delicioso pastel. Además, estamos aquí por negocios.
Carmen me sonríe y asiente. Saca un pequeño dossier de su portafolio y me lo ofrece. Yo lo tomo sin perder de vista sus ojos. Ella me sostiene la mirada y, finalmente, libera el documento. Ha sido un momento mágico.
-Este es tu nuevo contrato, entrará en vigor en cuanto finalice el que tienes actualmente, yo lo hubiera querido hacer de otra manera, pero la junta me tiene atadas las manos. Léelo atentamente y si estás conforme con las condiciones…
Saco mi estilográfica del bolsillo de la americana y firmo las dos copias del documento sin leerlo. No lo necesito. Confío en ella. Y lo hago bajo un nombre falso.
-Confío en ti Carmen, sé que mi andadura en “Aguado Asesores e Inversores” no ha hecho más que comenzar.
…
Una sonrisa estúpida lleva toda la tarde acampada en mi boca. A mi mente regresan algunos de los momentos compartidos con Carmen en el “Arthurs”. Sus ojos, su boca, sus delicadas arrugas al final de los ojos, su perfumado pelo rubio… Soy incapaz de sacarlos de mi cabeza. Carmen, Carmen, Carmen. ¿Qué pasará cuando acabe la partida y tenga que enseñarte mis cartas? ¿Qué será de nosotros cuando te muestre un as y cinco comodines?
El sonido del timbre me arranca de mis metáforas lúdicas y me devuelve a mi inusualmente feliz realidad.
-Hola Isaac.
María parece hoy extrañamente animada, casi feliz, esto debe de ser contagioso.
-Hola María, pareces contenta.
-Tú también –me responde con una deslumbrante sonrisa.
-¿Y por qué no lo iba estar? Desde que soy tu novio todo nos va a pedir de boca.
-¿Tienes papeles con números para mí?
-Tengo algo mejor que eso –la sonrisa de María abarca ya toda la habitación y parte de la cocina-, tengo un regalo para ti.
-¿En serio? ¿Y dónde está?
-Justo aquí –dice, y me estampa en los labios el beso más dulce que jamás le hayan dado a nadie. Un beso corto pero lleno de intensidad. De inocencia. De cosas a las que no puedo poner nombre porque no conozco.
-¿Y esto? –Pregunto tras reponerme de la sorpresa- ¿A qué se debe?
-Me ha llamado tu amigo Noah –responde con una naturalidad que no corresponde. Ella no sabe quién es mi socio, o al menos no debería-. Ha sido muy amable conmigo, tal vez demasiado, ha llegado a ser condescendiente, pero no se lo tengo en cuenta, después de todo, no me conoce.
-¿Y por qué te ha llamado? –interrogo intentando mantener la naturalidad con la que María, mi espía, trata el asunto.
-Porque Carmen ha contratado a un informático nuevo. Uno muy bueno, que me ha contado un montón de cosas que no he entendido, pero que están aquí –relata orgullosa enseñándome su teléfono móvil-, anda detrás de alguien que se cuela en nuestra red. Tu socio, con toda seguridad. Y al ver que el camino informático se le está acabando ha llegado a la acertada conclusión de que soy fundamental en vuestro malvado y misterioso plan.
Sonríe muy satisfecha de sí misma. Todo lo que relata son suposiciones, pero de momento no ha fallado ninguna.
-Sigues sin decirme por qué te ha llamado.
-Me ha llamado porque no se fía de ti. Porque cree que de un momento a otro vas a partirme el corazón e iré a contárselo todo a nuestra amiga Carmen entre amargos sollozos. Porque cree que me has embaucado para que me acueste contigo y trabaje para vosotros. Porque no sabe que me pagas por todo lo que hago. Por todo. Y si no lo sabe es porque no se lo has contado. Y si no se lo has contado a él… no se lo has contado a nadie.
Y ambos sonreímos. En el poco tiempo que nos conocemos hemos compartido demasiado como para que no exista cierta complicidad entre nosotros. Tengo una corta lista de mujeres a las que no odio y María está en ella.
-Esto acabará antes o después, y cuando lo haga será bueno para ti, te lo aseguro. Y Paula podrá desaparecer sin dejar rastro.
Mis palabras la hacen sonreír de una manera pícara. Se acerca a mi ventana y baja la persiana casi totalmente, dejándonos en una agradable penumbra. Luego me toma de la mano y me conduce hasta un butacón donde gentilmente me obliga a sentarme.
-Hasta entonces –me susurra- dejemos que Paula cumpla con su deber.
Antes de que pueda darme cuenta alcanza mi equipo de música y lo alimenta con un disco compacto salido de no se sabe dónde.
-¿Te gusta Toni Braxton, Isaac? –pregunta de espaldas a mí.
-¿Toni Braxton? Eh…
-Pues desde hoy te va a encantar –concluye sin dejarme terminar.
Desde el equipo Toni comienza a pedirnos que lo dejemos ir a su aire, que lo dejemos fluir. Que todo va a ir bien. Paula por su parte canta con voz muda la misma canción y sonríe. Ora pícaramente, ora dulcemente acompañándola de una tímida caída de ojos. Y al compás de la canción y de las sonrisas comienza a quitarse la ropa. De espaldas a mí, mientas mueve sus caderas sensualmente y a cámara lenta su chaqueta vuela lejos de allí. Su camisa blanca me deja ver la ropa interior pese a la poca luz. Me acomodo en el sillón y me relajo, no hay prisa, esta vez no.
Como siempre se quita los botones uno a uno, haciéndonos disfrutar a los dos del proceso. Justo cuando acaba con el último acaba la canción, pero afortunadamente vuelve a sonar desde el principio sin dar una oportunidad al silencio. Camisa y falda caen a la vez y en ropa interior mi espía baila para mí haciendo gala de una sensualidad que nunca había visto. Y yo he visto muchas cosas.
En lo que me parece un siglo Paula se quita el sujetador, primero los broches, luego un tirante, luego el otro, luego… fuera. Sus precisos pechos parecen más grandes y perfectos que nunca y, por si quedaba alguna duda, entrecruza sus dedos por detrás de la cabeza y baila semidesnuda bamboleando su cuerpo al ritmo que marca la privilegiada voz de Toni Braxton que efectivamente comienza a encantarme.
Miro a los pezones de Paula y ellos me devuelven la mirada. De nuevo la canción comienza a sonar desde el principio, lo que nos coloca en una espiral infinita de deseo. Por la manera en que tararea en silencio la canción está claro de que se la sabe de memoria, y por la manera en que empieza a tocarse está claro que sabe lo que hace. Acaricia sus pechos del modo correcto, pausada y tiernamente, con el grado de perfección que siempre he buscado y nunca he conseguido. Sólo ella puede humedecerse la punta de sus dedos y acariciar sus erectos pezones de un modo tan elegante.
La cabeza comienza a bombearme. Mis sienes están a punto de estallarme. No sé cuánto más voy a poder quedarme sentado sin saltar sobre ella. La situación parece relajarse cuando decide enseñarme la espalda en lugar de sus titilantes fuentes de deseo, sin embargo, al acariciarse la nalga izquierda, desnuda debido al tanga, siento como si toda la sangre de mi cuerpo me abandonase para poder mantener eternamente mi erección. Con un leve movimiento de muñeca simula un diminuto azote que me obliga a golpear el butacón con mi nuca. Me sonríe, se lleva un dedo a los labios, invitándome a mantenerme en silencio y comienza a bajar el mismo dedo recorriendo toda su anatomía… pero justo cuando su mano baja de la cintura Toni Braxtón decide dejar de cantar.
No me lo creo. Un apagón justo ahora. Ella me sonríe divertida, mi cara debe de ser un poema. Me hace un silencioso gesto para decirme que no me preocupe, que no necesita ni electricidad ni música para seguir cuando suena mi móvil. Lo cojo con ansia con la intención de lanzarlo por la ventana cuando, acobardado, me enseña en la pantalla el nombre de quien me llama. Carmen Aguado.
-¿Hola? ¿Carmen?
-Hola Isaac, ¿estás ocupado?
-Pues…
-Estás con ella, ¿verdad?
-Sí –respondo automáticamente.
-¿Qué tal si pones una excusa y vienes a mi casa, a compartir una botella de vino?
-Dalo por hecho –sonrío.
Cuando cuelgo María ya ha recuperado su ropa interior y su camisa, aunque las sostiene en la mano sin ningún cuidado de que se arruguen. Apretando los puños con fuerza en torno a ellas.
-Era Carmen.
-Ya me lo he supuesto –replica-. Y te vas. Con ella.
-Sí –mascullo sin mucho brío.
-Comprendo –lanza de nuevo su ropa al suelo y alcanza la puerta, junto a ella reposa su eterna carpeta. De allí saca un pequeño dossier, muy parecido al que Carmen me entregó horas antes- comprendo muchas cosas… Antes de que te vayas quiero que tengas esto. Ya que no vas a poder disfrutar del regalo de Paula al menos quédate con el mío.
Abro el regalo y me devuelvo la mirada desde una foto. Dos fotos. Muchas fotos. Fotos de carné, recortes de periódicos, un par de fotos con Noah y varios documentos acerca de mí. Información saca de Internet, algunas fotocopias, mi expediente académico y la mitad aproximada de mi ficha policial.
-Estás más guapo así, de moreno –suspira en un tono gélido- o menos feo, más bien.
Dejo caer el dossier sobre la mesita de café y la interrogo con la mirada. A mi pesar mis ojos se desvían a su pecho desnudo.
-¿Significa esto que ahora pretendes chantajearme? ¿Qué, vas a llamar a la policía o algo así?
-No Isaac. No voy a ir a la policía. Sé que cuando todo termine el resultado será bueno para mí. Esto significa dos cosas. Primero que ahora trabajo para ti, pero también para tu socio. Y segundo y más importante… esto significa que es la última vez que me ves desnuda.
Y tras recoger toda su ropa del suelo se encierra en mi cuarto dando un sonoro portazo.
Bajo las escaleras con un amargo sabor en la garganta. Pese a que me espera el dulce vino de Carmen estoy convencido de que coger el teléfono ha sido una de las peores ideas que he tenido nunca. Pues justo cuando se encerró en mi habitación dando un portazo caí en la cuenta de que el baile era un regalo de Paula, pero el beso… ese beso lleno de inocencia… era de parte de María.
No hay comentarios:
Publicar un comentario