viernes, 6 de febrero de 2009

2ª Semana, África

-¿Bueno entonces en qué quedamos, tibia o peroné?

-Ajam.

-Joder tía, no sé qué pasa contigo últimamente, no me echas cuenta, no echas cuenta de nada en realidad, estás como ausente.

-¿Cómo dices Tomy? Lo siento, no te estaba escuchando- no sé qué pasa pero llevo una semana un poco trastornada. Lo del par de días de descanso sólo ha servido para desconectar aún más de esta nueva realidad, a la que aún estoy un poco reacia. Tengo un buen grupo de investigación, Tomy ya trabajó conmigo en Australia, y hay algún compañero más que también conozco de antes. Quizás ese sea el problema. Parte de mi pasado se encuentra presente. Y eso sólo me trae recuerdos. Recuerdos que aún no son recuerdos, al menos no recuerdos inocuos. Necesito más tiempo. Necesito rehacer mi vida aquí y ahora, pero hay algo que se encarga de que todo vaya extremadamente lento. No sé qué hacer.

-¿África, te importa?- una voz lejana interrumpe mi tsunami de pensamientos- necesito etiquetar esto, ¿has dicho tibia o has dicho peroné?

-No he dicho nada - contesta mi “yo” más borde – Parece mentira que tus conocimientos de anatomía homínida no sepan contestarte a esa pregunta.

-Ja, no lo sabes ni tú.

-Ya tío – a veces el paso de unos pocos de millones de años complica las cosas- no sé, pon tibia y alguna marca, ya lo miramos más tranquilamente. Ahora vamos a tomarnos un cafelito – él me mira perplejo, mientras nos dirigimos a la máquina de cafés, menos mal que me conoce, y sabe que el estado catatónico pasa pronto.

Dos o tres millones de años, es justo lo que yo necesito para conseguir que mis recuerdos sean eso, sólo recuerdos.

-¿Con leche tibia?

-Sí Tomy, te he dicho que pusieras tibia, y que después ya lo comprobamos.

-¡¡Pregunto por el café, ignorante!!- su cara, lo más parecido a un poema, deja ver una sonrisa, que pronto se convierte en carcajada.

- De verdad tío. No sé qué pasa. Creo que tengo que formatear mis neuronas. Puedes venir esta noche a cenar a casa y charlamos. Ahora será mejor que continuemos trabajando. Esa tumba me tiene intrigada.

-Sí, será mejor que me ponga manos a la obra, tú deberías irte ya. Se está haciendo de noche y ese coche que has comprado no me convence nada, parece haber salido de esa tumba que te intriga tanto.-Tiene razón, aunque a mí me gusta mi coche.- Por cierto, ayer dejaron un paquete con tu nombre.

-¡¡Ahh sí!!- ya ni me acordaba del paquete. Lo cogí sin darle mucha importancia y me dirigí al parking. Mi nombre y mi número de móvil, y en una esquina, Tortuosa, ¿a quién se le ocurre semejante idea? El olor nada más abrirlo aclaró mis dudas ¡¡¡¡¡mi abuela!!!!! Galletas, hierbas y una bufanda. Y un sobre con papeles, y una nota. Estos son los papeles de la herencia. Es lo que necesitas para poner la casa a tu nombre. Esperamos verte pronto. Te queremos.

El abuelo y su escasez de palabras, nunca le gustó hablar demasiado.

Me planto la bufanda y pienso que puedo necesitar para preparar la cena, mientras arranco el coche y bajo, dirección Tortuosa. Por el camino hasta la única tienda que conozco del lugar, veo un cartel, Asesoría “Aguado”, estaría bien que ellos pudieran encargarse de los papeleos de la casa, por lo que entro a preguntar. Hay una recepción, y por ende, una recepcionista.

-Buenas tardes, ¿que desea?- me pregunta ella con tono apático.

-Buenas tardes señorita …Amanda – consigo leer su nombre en una tarjetita que lleva en la solapa de la chaqueta- Mi nombre es África Heredia, quería preguntar si podrían encargarse aquí de arreglar los papeles de una casa y una herencia.

-Déjelos aquí, rellene este formulario y pase la semana que viene- dice con cara de importarle poco mi nombre, y menos aún, mi problema.

Salgo de allí, sin quedarme demasiado claro si podrán o no arreglarlos. Un par de minutos me han servido para darme cuenta de que no le gusta su trabajo. Hay veces que esas cosas están claras.

Pensando en lo mío, escucho una canción, algo triste. Parece jazz, es jazz, y me gusta. Levanto la vista y veo a un nota sin pelo con un saxofón, y justo en la esquina un cartel: Cafetería Arthurs. Decido entrar, aunque sea sola. Dentro, un ambiente variopinto. Gente importante con chaqueta, un grupo de viejecillas guasonas que no paran de reírse, y algún que otro pescador. Con sensación de serpiente hipnotizada pido 2 cervezas, de botellín. Y me salgo a la calle, con el del saxofón. Creo que le ha parecido buena idea, porque, aunque no dice nada, me mira y toca algo mucho más alegre. No debe ser fácil tocar en la calle, para un público al que no sabes si le gusta, o no. No es lo mismo que los artistas que tienen sus propios conciertos, y saben que el que va es porque quiere. Los artistas de la calle son verdaderamente artistas. Y al menos dan algo a cambio, no es como el que se pone a pedir por su cara bonita. Después de un rato sin ninguna palabra, le digo adiós, y me marcho caminando hacia mi coche, entre notas de la melodía de “la pantera rosa”.

No me disgusta del todo este lugar…

No hay comentarios:

Publicar un comentario