-Amanda me odia.
-¿Y quién es Amanda?
-La recepcionista, es la que antes ocupaba mi puesto.
Dejo los palillos y el cerdo agridulce un momento y saco mi libreta. “Amanda es la recepcionista” apunto a lápiz.
-Eso no tienes por qué saberlo –el tono de María denota impaciencia y cansancio, no me profesa demasiado aprecio- no entras a trabajar hasta mañana.
Dudo un momento entre tachar lo escrito o no y finalmente me guardo la libreta.
-Es algo seguro, supongo, no nos podemos permitir fallar en esto, es primordial que “Eduardo” consiga el puesto.
María deja sus palillos a un lado y termina de masticar y tragar una pequeña porción de ensalada de gambas. Su preciosa mirada de pocos amigos me traspasa creando minúsculos agujeros en mis gafas de pega.
-Lo sé, Isaac, por eso he comprobado las referencias de todos los currículos menos el de Eduardo. Había uno más cualificado a priori, pero lo hemos descartado por haber sido un enlace sindical. Esas cosas no gustan a doña Carmen ni al resto de fascistas asociados a ella.
No me ha gustado el tono que ha utilizado para hablar de Carmen Aguado, pero no hago el menor movimiento, ya sabe demasiado.
-¿Entonces…?
Mi pregunta no llega formularse pues la respuesta acude en forma de llamada al móvil.
-¿Eduardo Martín?
-Sí, soy yo.
-Buenas tardes, le llamo de Aguado Asesores e Inversores, queremos hacerle una entrevista personal para cubrir el puesto que solicitó.
-Por mí no hay problema, pero ya me hicieron una.
Lo había pasado fatal en aquella entrevista, me habían hecho millones de preguntas sobre números balances y todo tipo de cosas que desconozco, o desconocía antes de las clases particulares que María, mi Mata Hari personal, me ha estado enseñando a marchas forzadas. Como castigo a mi nulo autocontrol tras cada pregunta habían venido a mi mente las actividades extraescolares que mi profesora y yo realizábamos tras cada sesión de estudio. He dedicado casi tanto tiempo a estudiar sus libros como su cuerpo, y lo que mi mente ha atesorado no son los libros. Pese a todo pasé la prueba, pero una segunda daría al traste con mi misión.
-Lo sabemos, señor Martín, pero necesitamos estar seguro de que es el candidato ideal, ¿está libre usted esta tarde? En su currículo nos contaba que su disponibilidad es inmediata.
María bebe agua de su copa y me hace un gesto tranquilizador. “Síguele la corriente”, parece decir. Le hago caso.
-Por supuesto, cuanto antes mejor, a cualquier hora me viene bien.
Mi acompañante me hace un gesto de aprobación y deja la copa sobre la mesa. Un verdadero descubrimiento esta María.
Concierto mi cita a las cinco de la tarde y cuelgo, espero la explicación que está deseando darte.
-Estás dentro –me confirma- la segunda entrevista es una chorrada, te la hará doña Carmen personalmente como parte del “trato personalizado” de la empresa. Te hará un contrato basura de tres meses y luego te echarán a la calle, y así será por los siglos de los siglos mientras que queden contables en paro. Por mis manos pasan decenas de currículos cada día, todos quieren trabajar para doña Carmen, deben haberse creído la publicidad de la empresa. ¿Sabes que se encarga ella personalmente? En los panfletos habla de sí misma en tercera persona… y a veces fuera de los panfletos también. Puta tarada presuntuosa…
Sus tres últimas palabras se me clavan en los tímpanos como dagas en el corazón. Calma Isaac, ya sabe demasiado.
-¿Sabes como llaman a tu puesto? El de “contable itinerante”, te van a echar encima toda la mierda del departamento financiero, ya lo verás.
-No me importa –replico con un deje rabioso que no consigo reprimir- serás tú quien me lo limpie. Con la lengua, si yo te lo pido.
-Lo sé Isaac –responde desde muy alto, como si no importase en absoluto que ella sea una prostituta y yo quien le paga- y me has pagado muy bien por ello, y seguirás haciéndolo. Además, tengo talento para los números, no me resultará difícil.
-Tienes talento para más cosas, Paula…
Pese a odiar a mi madre, pagar a mujeres para que se acuesten conmigo, hacer chantaje y usurpar una personalidad no me considero una mala persona, pero aquellas palabras que habían salido de mi boca eran pura maldad. Se recoloca la servilleta en su regazo y adopta una postura altiva a la par que elegante antes de contestar. Ella nunca pierde la elegancia. Yo lo sé mejor que nadie.
-Escúchame Isaac, Paula no está aquí, me llamo María, si quieres que Paula venga, de acuerdo, vamos a servicio y follamos como animales. Pero te advierto una cosa, no creas que eres mejor que yo porque soy una prostituta, la dignidad se la da el trabajador al trabajo y no a la inversa. Da igual en lo que yo trabaje o con qué nombre, soy una persona digna. Tú en cambio eres un mierda, te llames Isaac o te llames Eduardo. Seas contable o seas lo que puñetas seas en realidad. El que seas tú el que paga no te hace mejor, te hace peor.
Tras un rapapolvo semejante no se me ocurre una réplica digna.
-No me gusta follar como los animales.
Su cara expresa tanta decepción como cansancio. Como la que pondría mi padre si estuviera aquí, o la que hubiera puesto alguna vez de haberlo conocido.
-Lo sé –suspira- no me explico que un hijo de puta como tú puede ser tan bueno en la cama. Ni cómo puede albergar tanta dulzura un desecho.
-Es suficiente María, otra palabra más y te meteré en ese cuarto de baño.
-Adelante, hazlo. Pero recuerda, no es no y para es para. Eso no ha cambiado ni cambiará. Y no sé qué es lo que te traes entre manos, pero es evidente que ambos tenemos mucho que perder, y que tú me necesitas más a mí que yo a ti.
Me pongo de pie y dejo cien euros sobre la mesa. O coge la propina o los chinos van a tener el bote de la semana. Sin mirar el billete me imita y se pone su gabardina. Otro tanto a su favor. Cruza los brazos bajo sus perfectos senos y fijo mi mirada en sus ojos, no me vas a pillar por ahí María. No soy tan débil como crees.
-Una cosa más, Isaac, si la cagas en la entrevista es tu problema, yo ya he cumplido mi parte.
-Y has cobrado por ello.
-Por supuesto, a ver si te crees que trabajo para ti porque me caes bien…
El silencio juega a su favor. Nunca me había maltratado así, y menos una mujer. Cuanto más dinero les doy más blandas se ponen, en teoría, ¿es que le pago poco?
-Por cierto –me seguirá dando hasta que caiga, tengo que cambiar de tema- ¿Por qué me has dicho que la recepcionista te odia?
Me mira extrañada, no se esperaba este giro, a ver por dónde me sale ahora.
-Te advertía, nada más. Estoy segura de que Amanda ni siquiera sabe cómo me llamo, pero a partir de ahora estará pendiente de mí, esperando que tropiece. Si nos ve juntos, si nos descubre mirándonos o si te acercas con insanas intenciones se dará cuenta. Y si eso pasa será mejor que tengamos una excusa.
No sé si me dice la verdad o es sólo una mentira tan natural como todas las de ella para que la deje en paz en horas de oficina. Prefiere que sea Paula en lugar de María la que trate conmigo.
-Si te pregunta, dile que somos novios.
Su risa mal disimulada termina de pisotear mi pobre ánimo.
-Vamos, Isaac, no estás mal, pero… no estás a mi altura.
De nuevo sin una réplica digna le doy la espalda y abandono el restaurante chino “Gran Muralla VII”. Espero no volver por aquí nunca más.
…
Al salir de la entrevista mi sensación de triunfo es tal que casi me creo invencible. La comida con María es ya un recuerdo difuso, una anécdota que me hace valorarla aún más como empleada. Miro mi reloj de pulsera y compruebo que he estado más de dos horas ahí dentro. Dos horas del más amable trato por parte de doña Carmen Aguado. Hemos charlado, hemos compartido una copa de tinto e incluso hemos reído. No me creo que haga esto con un contable distinto cada tres meses, lo de ahí dentro ha sido especial. Yo mismo me he sentido especial. Sonrío como un imbécil a mi propio reflejo dentro del ascensor y descuelgo mi móvil justo antes de que vibre por segunda vez.
-Estoy dentro –respondo.
-Bien hecho.
-¿Qué pasa con los herederos de Villegas?
-Olvídate de eso ahora, has conseguido lo más difícil, disfrútalo, celébralo, paga a un par de chicas, pero sé discreto.
-Tranquilo, sé lo que me hago. Estaremos en contacto.
Y nada más, disfruto de mi triunfo mirándome al espejo, observando mi disfraz de Clark Kent y recordando la mirada amable y la risa de Carmen Aguado con un único pensamiento en mi mente.
-No me ha reconocido.
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