El cafelito me ha sentado bien. Sigue lloviznando, pero me voy a llegar por la lonja porque ya va siendo hora de que lleguen los barcos..., la marea fue temprano, y seguro que están al caer... A ver si hay suerte y engancho algo...
- Es bueno el paraguas que atrinqué... ¡Menos mal que no hace mucho viento!
Llego pronto al puerto, sin tener que saltar muchos charcos, pero ya empezamos con las pegas para entrar en la zona de ventas; que si no eres comprador, que si no eres armador, que si no trabajas de marinero... ¡Pero si yo vengo a ayudarle a mis amigos! ¡Pregúntale, si quieres, a cualquiera de los patrones...! ¡Desde luego... parece mentira...!
¡Cada día es más difícil andar por la lonja y conseguir algún pescado! ¡Hay que ver cómo se ha puesto la vida, con tantos guardas y con tantas prohibiciones! ¡Es que ya no te dejan ni mirar...! Menos mal que tengo algunos colegas en los barcos...
- ¡Quillo...! ¿Cómo se ha dao la cosa...? ¿Regular? Bueno, ya habrá días mejores.
Al final de la mañana, ayudando a llevar las cajas a unos y otros, he conseguido cinco buenos jureles, un sargo muy bueno y ocho o diez caballas; no es demasiado, pero podré sacarle diez o quince euros y le llevaré a la vieja algún pescadito.
Hoy no he querido ni intentar meterle mano a las cajas, porque veía que la cosa no estaba muy buena y el ambiente que se respiraba era más bien de mosqueo..., así que me he conformado con lo que me han dado, que no está demasiado mal.
Después de malvender parte del pescado, llego a casa, como a las dos y media: ¡Má!, te traigo un sargo grande para que lo hagas con papas en amarillo o para que lo frías en trozos y unas cuantas caballas para que me hagas, esta noche o mañana, “caballa con fideos” y las que te sobren me las pones “en adobo”.
- ¡Hay que ver lo que te gustan las caballas con fideos y el adobo! –Me dice mi madre.
- No lo sabes tú muy bien – le contesto.
Por cierto, ahora que me acuerdo, le tengo que dar a un amigo, que me las pidió, algunas recetas de las que hace mi madre; yo digo que son “Recetas de pobre”, pero ¡no veas cómo están!
Mi padre no ha llegado y mi madre ya tiene preparado el almuerzo: tagarninas con pringá, una tortilla de papas y de postre una naranja. Me voy a poner como “El Quico”. Que conste que las tagarninas las he traído yo ¿eh? En esta casa no se gasta un euro en tagarninas, que para eso las cojo yo... ¡Ni en cardos, ni en acelgas...! ¡Vamos, yo cojo hasta las borrajas que aquí no las coge nadie...! Lo que no me atrevo a coger son las setas y los hongos, porque eso me da mucho miedo, que por ahí se ha muerto mucha gente, que lo escucho yo en la tele...
Después del condumio, estoy pensando en ponerme a escribir lo de las recetas. ¡Con el trabajo que me cuesta escribir! Pero, no, me parece que lo voy a dejar para otro día y me las voy a copiar de un libro de un tío-abuelo algo majareta, que le dio por hacer recetas en verso y hasta se lo publicaron. Yo creo que está bien pensado; ahora me voy a poner a ver la tele antes de que venga mi padre y se haga dueño del mando.
Después de comer me gusta ver el programa ese de “Saber y ganar”. ¡Hay que ver lo que saben los tíos esos...! Pero algunas veces los pillo, porque hay algunas contestaciones que yo sé y ellos no...
¡Ya está ahí mi padre! Pero, bueno, viene borracho como siempre. Espero que coma y se acueste.
Cuando se quede frito, se va a enterar: Le voy a dar un repaso en la cartera que no veas... Si es que le queda algo...
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