Inmediatamente después, mi barriga empezó a crecer descomunalmente. En menos de 10 minutos había dado a luz, y tenía un bebé entre mis manos. Y lloraba. Lloraba tanto que parecía que iba a reventar. No tenía forma de que se callara. Me dolía la cabeza, de escucharlo, de sentirlo. Lo estrujaba contra mí, deseando que cesara. Y desapareció. De pronto el niño ya no estaba. ¿Y mi dolor de cabeza? Tampoco.
Conseguí abrir los ojos. Un paño mojado me cubría la frente, y había algunos botes jarabe y pastillas en la mesita de noche. Intenté mirar más allá. La tenue luz que entraba por una rajilla de la persiana, era maléfica para mis pupilas. A los pocos segundos empecé a intuir sombras, objetos. Sin duda era mi habitación, todo tal cuál. Ni cuna, ni bebés, ni nada por el estilo.
Me levanté de la cama como pude, escapando de una importante cantidad de mantas. Y de pronto, volví a escucharlo. El mismo llanto, la misma agonía y desesperación. ¿Qué está pasando? Salí al porche, y lo entendí todo. Allí estaba la explicación.
-¡Buenos días tía María!-dijo Manuel, con gran jovialidad- ¿Qué tal te encuentras? Has estado más de tres días con fiebre. Delirabas. Has reído, has llorado, has discutido con el mundo. He intentado no separarme de ti en ningún momento. Me tenías preocupado. El médico dijo que era un simple catarro, y mucha fiebre. Pero ya no tengo edad para estos sustos. Me alegra ver que estás mejor.
En realidad no me importaba nada de lo que hubiera pasado en esos tres días. Había algo que llamaba mi atención más aún. Una pequeña mano tiraba de las barbas de Manuel.
-¿De dónde ha salido? ¿Es un familiar tuyo? –pregunté un poco trastornada.
-¿Mío? Qué va. Pensé que era tuyo. Un sobrino, un conocido, o algo por el estilo. Al menos eso me dio a entender ella.
-¿Ella? ¿Y quién es ella?
-¿Ella? Pues ella es su madre, claro está. Estuvo aquí anoche, preguntando por ti. Le dije que estabas enferma. Me contó que tenía que trabajar, que no tenía con quien dejar al crío, y que tú ya te lo habías quedado más veces. Insistió en dejarlo aquí. También me dijo que a primera hora de la mañana vendría por él.
-¿Qué hora es?- eché mano del móvil, pero no estaba en ninguno de mis bolsillos.
-Las 5:30 de la tarde.-Mi cara era un poema. ¿Qué tipo de madre deja a su hijo en una casa desconocida, con un viejo desconocido, asegura que va a volver y no vuelve?
-A ver Manuel. Aquí hay algo que no cuadra. Lo primero, que jamás había visto a este niño antes. Llevo aquí poco más de un mes, y fuera de la excavación no tengo relación más que contigo. Además de que soy hija única y no tengo sobrinos ni primos ni nada por el estilo, ¡¡¡este niño es negro!!! Nadie de mi familia cumple este requisito. Si me dices que el niño ha salido de un repollo podría asimilarlo más fácilmente.- Manuel me mira fijamente. Parece que ha necesitado un vapuleo en sus neuronas para hacerse a la idea de lo complejo del asunto. Y el niño vuelve a llorar.
-Creo que tiene hambre. No come desde ayer. Esta mañana intenté migarle una magdalena en el café, pero no le hizo gracia. Y ya ni te cuento cuando al medio día he intentado que comiera un poco de las papas fritas con huevo que me he hecho.
Surrealista. Busco pero no encuentro una mejor definición de todo lo que está sucediendo. Yo voy y desaparezco tres días de mi vida, y al regresar, en mi patio hay un niño de no más de tres meses cuidado por un señor de algo más de tres siglos, que intenta que éste desayune café con leche, curiosamente del mismo color que la piel del crío. Creo que debo llamar a la policía.
Mi móvil está apagado. Intento encenderlo, pero se ha quedado sin batería. Verdad, se me quedó sin batería hablando con Alan, ¿o la conversación también fue fruto de mi delirio? El niño, desde luego, no.
Busco el cargador en uno de los cajones de la cocina. Mientras, pienso que yo también tengo hambre. Lo enchufo, y recuerdo que tengo un paquete de papilla, de la tarde que Bladimir se merendó todo el contenido de la nevera. El veterinario lo puso a dieta un par de días. Decido hacerme un bocadillo. Me gustan los bocadillos de chorizo. Y otro para Manuel. Y otro para Bladimir, que sino se las idea para acabar robando los nuestros.
Esta vez no puedo resistirme a coger al niño. Me recuerda al único muñeco que tenía de pequeña. Nunca tuve hermanos, ni primos. Solo vacas, perros y ovejas. Los típicos animales de granja, y los no tan típicos que me traía papá de sus viajes.
Espero que darle de merendar a una cría de ser humano no sea mucho más difícil.
Y no lo es. Tenía tanta hambre, que he tenido que entrar a prepararle más. Intento volver a encender mi móvil, pero sigue sin batería. Me fijo bien, y es que no ha cargado nada. En ese justo momento, entran ellos en la cocina.
-No hay luz. Y no sé porqué es.
No hay tele, y no se puede enchufar la radio. Tampoco hay ningún vecino en los alrededores. Cojo las llaves del coche y Manuel que ve mis intenciones puestas en el Cuartel de
-Que te crees que vas a salir de aquí. Es de noche África, tu coche no está muy bien de luces. Además, seguro que no funcionan ni los semáforos.
-¡Tú si que no tienes luces!- Le digo cariñosamente. En realidad tiene razón. Ya lo solucionaremos mañana. Además no me encuentro demasiado bien. Igual no es seguro que conduzca en este estado de pseudoembriaguez.-Por cierto, ¿cómo se llama?
Y Manuel no dijo nada, simplemente se encogió los hombros.
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